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Nunca es tarde para aprender, sobre todo cuando la vida no da otra opción

Luz Marina Ortiz López, retratista de la Séptima.

A los 50 años Luz Marina López pintó su primer retrato y desde entonces dejó de ser una vendedora ambulante.

Nunca es tarde para aprender, sobre todo cuando la vida no da otra opción

La historia de Luz Marina es un asombroso ejemplo de superación. Muchos de los que hemos podido visitar el Centro de Bogotá hemos visto sobre la acera de la Carrera Séptima a muchos pintores. Esta mujer está entre ellos, aprendió viendo a otros artistas siendo ya de 50 años.

CRÓNICAS

Lunes, 4 de junio del 2018

Luz Marina Ortiz López, nació en Marulanda (Caldas), al que inmortaliza como un pueblo muy hermoso detenido en la montaña, en el Alto Oriente. Para ir allá en bus desde Bogotá toca madrugar a las 5 de la mañana y se llega a las 8 de la noche de ese mismo día. Se jacta en afirmar que es campesina, campesina, de ser la hija de una ordeñadora de vacas –tuvieron 3 vaquitas–, y de un cultivador de papa.

Fue la pobreza la que la desterró hace 25 años de la casa de campo de sus padres en dónde transitó su niñez y pocos años de su juventud, época de la que vivió una felicidad alimentada con las necesidades.

Es la mayor de tres hijos, invoca que se fue aquella vez de madrugada, dejando atrás a su Marulanda, por ir a trabajar a una trilladora de café en Pereira. Se alojó en la casa de una tía, aunque siempre soñó que su destino estaría en el corazón de dos ciudades: Cali o Bogotá. Pero, hubo algo inesperado que retrasó ese soñado viaje, un embarazo, el de su primera y única hija, Diana Marcela Herrera.

Es una, dice ella, que por miedo, “porque siendo tan pobre no se puede tener más hijos. Ella, mi hija, solo ella, lo llena todo en mi vida”.

La llegada de su descendiente la hizo mirar la vida de otra manera, con los ojos del coraje paisa y sin un descanso en su deambular, por que sacarla adelante sola –cuenta–, en una ciudad desconocida y sin la ayuda de un hombre, no fue para nada fácil. Las obligaciones no le dieron un respiro para que fuera de otra manera.

Cuenta que el padre de su retoño le salió un borrachón, del que se enamoró mientras lo miraba hacer tapetes publicitarios, en su casa en Pereira. Fue en una de varias salidas a cine, de contemplar películas mexicanas, que le llegó la concepción, con ella el cambio de su historia, una historia que nunca dispuso.

“Cuando la niña cumplió los cuatro años viajé a Bogotá, era de brazos, y sin soltarla de la mano”, recuerda, mientras intensifica el tono del vestido de su dibujo, de una mujer, que cuadró a la derecha de su pareja, a blanco y negro, solo a lápiz.

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De vendedora ambulante, Luz Marina pasó a ser una excelente pintora con un trazo perfecto.

“Viajé en busca de un mejor futuro, creyendo –se ríe con ganas– que aquí me iba a enriquecer –vuelve a sonreír–. Pero mentiras me fue muy duro. Porque Bogotá es difícil, dura, se traga al que no trabaja con fuerza. Si no estás preparado para luchar te lleva”, declara, mientras continua moviendo con sedosidad el lápiz, dándole el último retoque a los labios de la dama del cuadro.

Cuando se bajó de la flota, sin soltar a su pequeña de la mano, no traía mucho equipaje, pero sí un fardo de sueños a sus 24 años. A las pocas horas buscó un puesto de revistas y compró EL TIEMPO, pasó las páginas y se fue con premura a la sección de clasificados.

Lo primero que le llamó la atención fue un aviso que decía: “Convocatoria de arte joven en el Planetario”. Le vino a la mente su talento innato, porque siendo una pequeña le gustaba dibujar y dibujar.

“Me iba mal en el estudio, pero me hacía feliz pintando flores y pájaros. Entonces dije, me voy para el planetario, porque sabiendo pintar pájaros y flores sé que me iría muy bien, pensé”.

Pero se topó con una camarilla de pintores con mucho talento, experimentados, que la hizo trastabillar en el alcance de su primera utopía.

“Me encontré con unos monstruos, dibujantes de hermosos oleos, paisajistas, retratistas talentosos. Ese día sentí una frialdad en mis huesos. Me devolví. A cada paso que daba, con el Planetario a mis espaldas, me repetí: esto no es para mí, mientras lloraba. Cuando derramaba esas lágrimas se me acercó un muchacho, un pintor de la Séptima, que me consoló: ‘no llores más’. Y me dijo, no te preocupes que te voy a llevar a un sitio en donde vas a ganar mucha plata, después supe que ese ángel se llama Augusto”.

Luz Marina llego a una acera atiborrada de dibujantes, retratistas, caricaturistas, pintores… grandes artistas.

“Esa fue mi segunda decepción, porque yo creí que Augusto me iba a llevar a una fábrica, a una empresa en la que me dieran empleo. Me trajo a que me sentara en el andén muy cerca de la Avenida Jiménez. Entonces me dije, que tristeza yo sentada allí en un andén. Me levanté, sacudí mis faldas y me fui a buscar empleo”.

Golpeando y no le abrían

Mientras tocaba puertas y puertas un señor le ofreció entonces empleo en la zona industrial de Puente Aranda, lo que le llevó a abandonar el dibujo, “para siempre”–eso pensó–. Su trabajo fue el manejo de máquinas inyectoras de plástico, de allí se encaminó a trabajar a una fábrica de hilos.

Cuando Diana Marcela cumplió los 10 años Luz Marina tomó la decisión de independizarse, montar su propio negocio. Es en ese tiempo cuando una amiga le aconseja lo que sería la nueva mutación de sus sueños de artista, que se lanzara como vendedora informal.

En efecto, ubicó un punto en la calle 19 con carrera Séptima, en una acera del Centro, para vender unas estrellas navideñas que ella misma había elaborado. Pasó ese diciembre, el final de la temporada, y Luz Marina se dedicó entonces al tejido, porque vio a unos ecuatorianos hacerlo. Es que en sus días en Marulanda se lo había visto hacer a una abuelita.

“Me puse a hacer gorros, abrigos y bufandas. Con eso trabajé mucho tiempo porque me fue muy bien, porque la gente me veía como los tejía, y les llamaba la atención, entonces me compraban”, cuenta.

Llegaron unas ferias al parque Las Nieves, uno de los sectores históricos de la Capital, en la calle 20 con carrera Séptima, de las que Luz Marina se inscribió como expositora y allí volvió a atinar con dibujantes. En la feria hubo un excelente fracción de pintores, admirables artistas. “Los veía con ansiedad, pero solo hasta ahí, porque no cruzó por mi mente en volver a pintar. Era que ya había borrado esas ganas de hacerlo e instalé en mi cabeza a cambio la frase de que no servía para eso”.

Esa no fue la única feria en Las Nieves, Luz Marina estuvo allí unos siete años como expositora, fue entonces cuando se dedicó a la venta de ropa que compraba en los madrugones de San Victorino.

Pero, eso también se acabó, las autoridades desalojaron la feria. “Fue duro porque quedé volando”. Es cuando decide ubicarse en la esquina de Las Nieves con Séptima, volviendo al tejido ecuatoriano, en el piso. Pero con ello llegó la intranquilidad, la angustia, la zozobra, porque había que recoger y salir corriendo cada vez que aparecía la Policía recuperando el espacio público.

“Me cansé de huir, hasta que hace unos seis años, fue aquella mañana cuando llegamos acá y hallamos esto limpio sin vendedores ambulantes y con militares por todos lados. Lloré amargamente. Cuando pasó una viejecita que me dijo –hijita no llore, qué pecado, venda periódico que a esos los dejan trabajar–. Entonces al fondo escuché a un policía decir –‘aquí en la Séptima solo quedarán los artistas’–. Es cuando mi mente tuvo un bombazo y volvió a la idea de dibujar”.

Quería hacerlo, pero sentía miedo de ser rechazada. Fue cuando empezó a vender periódicos y revistas en la misma esquina, eso fue por unos cuatro años. Hasta cuando llegó la Policía y la volvió a correr. “Volví a escuchar cuando dijeron que solo iban a dejar a los artistas”.

Un día, a las 7 de la mañana, apareció en la esquina de la plaza un señor con una foto de un niño entre sus manos y preguntó que dónde podía ubicar a un dibujante. “Sin pensarlo le dije, ellos no han llegado, pero yo también dibujo. Me preguntó que cuanto valía y le dije que 50.000 pesos. Me dejó la foto y me puse a dibujar. Ese mismo día le comenté a uno de los dibujantes que les había quitado un cliente, porque estaba muy mal económicamente. Le dije que iba a hacer el dibujo y que al día siguiente se lo traía para que lo corrigiera”.

Al otro día Luz Marina colocó su primera obra en exhibición, el dibujo del niño, sobre el carrito de dulces.

El maestro cuando llegó bien temprano se acercó y dijo “No seas tonta, no sigas pasando necesidad. Con ese talento que tienes, con ese arte ¿Y vendiendo dulces? Me hace el favor y se pone seria a dibujar”.

Hace unos cinco años, él y el resto de pintores, que es un grupo muy selecto, aceptaron a Luz Marina, porque en esa acera solo están a los que ellos aprueban.

“Cuando eso tenía varios enemigos en mi contra: la timidez, el miedo, las necesidades. Sin embargo, me arriesgué a pintar con carboncillo sobre papel, pasteles y oleos sobre lienzo. Pero hubo algo que me alentó a seguir, el señor del dibujo del niño me pagó los 50.000 pesos satisfecho y sin decir negro tienes los ojos, dijo que perfecto”.

Empezó haciendo ensayos, trazos suaves sobre el papel. Nunca olvida su segundo encargo, un dibujo escolar. Con su obra para una calificación aparecieron otros estudiantes también contratando sus dibujos.

“Recuerdo que dibujé a Madonna y la coloqué de muestrario, pero a la gente como que no le gustó, creo que me quedó feísima –ríe– porque me dejaron de llegar los clientes. Otro de los pintores me aconsejó el cambio de muestrario, que quitara ese y colocara otro, e hice la pintura de Juanes. Desde ese día todo cambió porque empezaron a llegar retratos. Volvieron los trabajos de colegios y universidades”.

Contó Luz Marina, que también le principiaron a llegar encargos de frases escritas. “Sí ve, que aquí tengo la oración del Padre nuestro –señaló hacía una inscripción a pulso–, porque además tengo una buena letra, muy bonita”.

Hoy ella cobra por un cuadro pintado al carbón en 80.000, eso depende del tamaño y de cuánto se tarde elaborándolo –regularmente lo pinta de un día para otro, cuando es un solo rostro una mañana o la tarde hasta que queda bien pulido–, asevera.

Insiste que mejoró su técnica sondeando a los otros pintores, sobre todo que los vio utilizar un pincel sobre un papel, en un retrato a lápiz.

“Entendí que se va llevando el color y los tonos con la punta de una servilleta, y fue así como me enamoré del carboncillo, que inclusive le sentía temor al pastel”.

Cada año para el final de julio hay en Bogotá un Festival de Verano  en el Parque Las Nieves, o sobre la popular carrera Séptima, el Instituto Distrital para las Artes (Idartes) realiza en el Parque Las Nieves un torneo de pintura.

“Al que llevo inscribiéndome tres años, lo maravilloso es que en el segundo me gané mi primer premio, un millón de pesos, en el concurso de caricatura descriptiva del pasado y futuro de Bogotá. Pensé en el medio de transporte. Idealicé los caminos Monserrate, los burros en el que bajaban la chicha y la leche”.

Esa vez que se ganó el máximo galardón se desprendió de su amado carboncillo, porque se había dado cuenta que sus competidores hacían sus dibujos a color para el concurso, fue así como se lo ganó Luis Antolinez, otro pintor. –Ese dibujo del perrito se lo hago en 50.000 pesos a blanco y negro–, le dijo a un ciudadano que se interesó en sus pinturas, una pausa mientras seguía relatando su excepcional historia.

Para ese segundo año se fue con todo, con tiza, crayolas, lápices, cual niña hacia la escuela. Hubo mucho azul y mucho verde y a futuro dejó plasmado el Metro. Con eso se robó los aplausos y el imborrable premio.

Sentada en una banquita de madera, frente a los que caminan por la Séptima, que no dejan de hacer un alto en el camino para mirar el estilo de Luz Marina Ortiz López, ¡Como pinta de bello! Allí en la esquina del edificio de la ETB con plazoleta de las Nieves.

Redacción Crónicas

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1 Comment

  1. Diana Escobar dice:

    A esa señora yo la he visto. Pinta de verdad hermoso, ella siempre está ahí en el centro en la Séptima, en la esquina de la ETB, en toda la esquina del parque Las Nieves. Hay que apoyarla, hacer que nos pinte un cuadro. Apenas la vea le diré que la vi en esta entrevista. Buena entrevista.

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