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Lo que nadie tenía previsto es que este virus ataca por igual al príncipe o al mendigo, a reyes o vasallos, Rodrigo Zalabata Vega. (Foto cortesía: Pixabay)

El dios ‘Mammón’

 

OPINIÓN

Sábado, 23 de mayo del 2020.

 

Rodrigo Zalabata Vega.

Lo que en realidad resulta extraño en la vida trágica que sobrevino al mundo, es que encontremos extraño la vida trágica que siempre estuvo presente en el mundo. En particular Colombia, donde la tragedia es el género de su historia.

Este relato de muertes ocurre a diario por todo el mundo, pero en Colombia se ha institucionalizado en lo que un versado definía como “la corrupción en sus justas proporciones”, una pandemia social protegida por el tapabocas de la gran prensa, autoinmune a la justicia porque está integrada al sistema; si dice ser un Estado Social de Derecho, pero los privados atienden sus servicios y le venden al pueblo sus derechos humanos; un Estado virulento que mata más que quienes actúan fuera de la ley; una política que le parte el espinazo a la tierra, con un discurso solemne de fracking, y se anuncia derecha de la mano con la naturaleza; un país cuyo futuro tiene la suerte de sus niños que mueren de hambre y sed, porque los gobiernos que pasan les parece normal que eso pase.

Por eso este virus extranjero el sistema no lo reconoce, y cree poder legalizar sus muertes. La ministra del Interior lo exteriorizó a la opinión pública en sus manifestaciones solitaria en protestas del gobierno: “Si nos adelantamos a encerrarnos ahora se paraliza el país”, “No podemos acabar con la economía colombiana por el coronavirus”, “No se pueden cerrar las ciudades y menos donde no ha llegado el virus”; diagnóstico oficial que define la inversión en valores del Estado privado: la economía antes que la vida; pero aquella que genera riquezas de capital acumulable, no la plantada para suplir necesidades.

Para consuelo del presidente Duque hay que reconocer que no es el único tonto, un ejecutivo más del mal que domina al mundo moderno, que ha infestado a sus pueblos: la idea de que la naturaleza está bajo las órdenes del hombre en la tierra, un bien apropiable antes que el escenario inalienable en donde sucede la vida. Y así actúa en ambos hemisferios, derecha o izquierda, capitalismo o socialismo.

Es el ‘Mammón’ que refería Karl Marx en su crítica al capitalismo, tomando del Antiguo Testamento protestante el culto al dios de la avaricia, multiplicado en forma exponencial en la feligresía de la humanidad moderna, y acuñado en el dinero que puede dar fe de su existencia.

La cuestión es que si el hombre taza la naturaleza en sumas gruesas, con ánimo de señor y dueño, el cálculo económico al final falla, porque despierta su fuerza interior, y la humanidad entera es una pulga al lomo del animal que la carga. Sucede con los virus inusitados que por tiempos nos azotan y no es posible matar, la solución siempre a la mano, o por hacerse dueño del mundo en las guerras que desata es capaz de despertar furiosa la energía ensimismada en la materia.

 

Lo que nadie tenía previsto es que este virus ataca por igual al príncipe o al mendigo, a reyes o vasallos, por lo que tiene la real potencia de vulnerar a todo el sistema. El mundo se enfrenta a un enemigo invisible que ha podido doblegar unidos a los imperios del mundo, mientras se empolvan los misiles que tenían encañonados para matarse entre sí.

Por única vez se trata una confrontación en que la primera línea de fuego son quienes tienen el privilegio de viajar, y no se ocupan a diario en dar vueltas a la noria. Las guerras convencionales las arman los ricos y mueren los pobres. Si el virus tuviera el corazón de los dueños de las riquezas, y fijara su mira en las gentes de la pobreza, no tendría ni un comercial en un multitudinario partido de fútbol que convierte al planeta en un balón con el que todo el mundo juega, y los pobres harían parte –otra vez– de la fatalidad del destino y el sermón de las iglesias que les daría el consuelo de que dios así lo quiso.

El juego de la muerte

El capitalismo nos invita al juego “Hágase rico” o “Monopolio”, tal cual el juego de dados que consiste en quedarse con todo a costa y costo de los demás, es la excitación de la jugada. Cuando una sociedad se juega la vida entonces ya todo es serio, y los ungidos en la religión extremista del dios Mammón tendrían que dar una mano, si en las cuentas sagradas de su dios material está predicho, para no inmolar a la sociedad que los hace ricos, y así volver a jugar, antes que se descubra el secreto de que en su juego los pobres somos los dados.

 

La paradoja ideológica en esta lucha de vida o muerte es que vivimos el individualismo de la libertad capitalista en medio de un aislamiento colectivo en que el Estado nos conmina separados a salvarnos unidos.

Y así nuestra sociedad política produzca más muertes que el virus intruso que ha venido a ‘intrometerse’ en nuestras vidas, nos deja también la puerta abierta para meternos al juego “Hágase rico”, bien o mal, legal o cada vez más ilegal.

Tan autoinmune es nuestro sistema a cualquier virus externo que quiera tomárselo, que postrado como está conserva plenos sus signos vitales; la corrupción hace que se coma todo lo que le pongan en sus manos, elimina como excremento al líder social que le genere malestar, el narcotráfico es la droga que lo anima a viajar con los aeropuertos cerrados, conserva la memoria intacta para ejercer sus cobros, y si los niños mueren de hambre ahorra comida para su futuro.

El sueño del dios  Mammón

Por cuenta de la peste el dios de la avaricia (Mammón) hace sus propias cuentas, que consisten en hacer de la vida un negocio, aún en tiempos de la muerte.

Colombia hoy vive el drama inverso en la película “La lista de Schindler”. Al comienzo del mismo, el mismo comienzo de la segunda guerra mundial, el empresario Oskar Schindler, militante Nazi, se presenta como salvador ante los dueños del capital judío, propietarios de la banca alemana, y les propone como negocio que pongan su capital y trabajo al servicio de la salvación de su pueblo, siendo objetivos de muerte en la mira de los Nazis, mientras él haría gerencia para fabricar y vender utensilios de cocina esenciales para atender el hambre en medio de la guerra. Así nace su empresa humanitaria que pasada la guerra sería agradecida por los mismos judíos a los que explotó en su propio beneficio. Es el ejemplo de la historia en que la economía se pone al servicio de la vida.

Por lo contrario, al comienzo de la primera guerra invisible que vive Colombia, el gobierno nacional le propone al gran capital, representado en la banca, salvarlos de la enfermedad viral que sufre la economía, mientras la vida de su pueblo lucha por salvarse de la muerte a la intemperie.

En la película de nuestro tiempo, la economía al servicio del capital mantiene viva la muerte de la misma manera como el doctor Frankenstein vivifica a su criatura: con partes de cadáveres.

 

La terrible paradoja en esta lucha, es que el triunfo consiste en vencer al enemigo invisible que visibiliza las muertes que el sistema no reconoce, para recuperar un sistema económico que entierra sus muertos en pedazos humanos de un sueño unificado que trata de materializar la felicidad en el mundo.

De tal suerte que al final, cuando nos demos cuenta, ya no tendremos una cuenta en el banco, sino que nuestra propia vida quedará consignada a cuenta de nuestros acreedores, por lo que al despertar de ese sueño de felicidad material que podíamos comprar, al salir del aislamiento y recuperar el paraíso perdido nos encontraremos perdidos en el paraíso.

Columnista invitado por el HOME NOTICIAS

 Rodrigo Zalabata Vega

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