El Plan B

OPINIÓN

Por: Rodrigo Zalabata Vega

Abogado y escritor colombiano

En materia política, siempre que se habla de un plan B alude a un recurso escondido, encaminado contra aquellos a quienes se les da a conocer una propuesta inicial de público conocimiento (plan A), la cual se presenta sin rótulos, como si fuera única, para no advertir a los afectados, tratados como beneficiarios, de segundas intenciones; el as bajo la manga.

Por ende, el plan B es una estrategia clandestina para hacer pasar de todas maneras el plan A, lo que a todo pesar se quiere imponer.

Lo preocupante por estos días para los colombianos, es que pudimos conocer por anticipado un desvergonzado plan B, filmado en un obsceno video en una reunión a hurtadillas, entre los vericuetos de las redes sociales, en el que un excandidato a la presidencia de la República, Germán Vargas Lleras, rumiando sus propias palabras, deja conocer, no se sabe si a propósito, la intención de muchos empresarios, de quienes asume y presume su vocería, de cesar el vínculo laboral de miles de trabajadores, si llegara a aprobarse la reforma laboral que cursa en el Congreso, de iniciativa del gobierno actual.

El tal plan B, cuyo argumento es una amenaza, lo presenta el excandidato con el mismo descaro con que los grandes medios de comunicación lo dejan pasar. En tanto presentan como aquelarres paganos las reuniones diplomáticas con que la vicepresidente Francia Márquez abre rutas institucionales y comerciales con África.

En este caso, lo que Germán Vargas llora con su corte, el mismo plan A y B, es la defensa del régimen laboral vigente, cuyo constructo, diseñado con el modelo neoliberal, el gobierno proclamado del cambio quiere echar abajo, ya que la oposición actual es la defensa de lo que levantaron sus anteriores gobiernos.

El pilar central de ese modelo de pensamiento es el empresariado al que Germán se propone defender, quienes por virtud de su capital acumulado son fuente creadora de trabajos por ocupar, a cuya merced la entrega de los derechos inherentes a los trabajadores les facilita encadenarse a la cadena productiva para obtener la libertad económica, al tiempo que la misma renuncia a sus derechos, vida y fuerza, le abre espacio a más trabajadores, familiares y amigos, loable labor.

Lo paradójico es que, lo que el plan A propone que pase es que no pase el cambio de régimen laboral, que solo serviría para recuperar los derechos de los trabajadores, pero que no genera empleo, por lo que su plan B es que se mantengan las cosas tal como están. De no dejarse así, están dispuestos a sacrificarse echando a la calle a los mismos trabajadores que ellos emplearon, a ver si pueden vivir sin el trabajo que les dan.

Muchos de esos trabajadores se irán a la calle a protestar contra el gobierno que les devolvió sus derechos, como aquellos esclavos que llamaron «caseros», los que al declararse la abolición de la esclavitud reclamaban la libertad de mantenerse sujetos a sus amos, sin los cuales la vida no sería posible.

Una prueba piloto de lo anterior, la protagonizó hace poco el representante elegido por los blancos para la curul asignada a las negritudes en el Congreso, un hijo de primos negros, Polo Polo, que nació con la mente en blanco, quien se muestra con orgullo libre y sonriente de llevar sus cadenas por dentro, al liderar una manifestación de los domiciliarios de Rappi, una cadena de trabajadores sin ningún derecho, quienes al llevar comida a los hogares ajenos se aferran a la ilusión del pago mínimo que no los deja morir de hambre.

Lo cierto es que tanto el plan A que defiende Cambio Radical, para no permitir ningún cambio, como el plan B de echar a la calle, en protesta, a miles de trabajadores, para concientizarlos de que su real derecho consiste en poder trabajar sin derechos, un privilegio que miles de desempleados reclamarían, lo que nos deja de manifiesto es una estructura de poder que sostiene su régimen laboral, entre otros.

Es lo que los antiguos llamaron statu quo, expresión latina traducida literal ‘estado de quietud’, que significa mantener las cosas como están. En Colombia, en 200 años de institucionalidad ha sucedido lo mismo, una armazón entre el poder político como expresión de su poder económico, tomado en manos privilegiadas dentro de una sociedad excluyente representada en un Estado sin fundamento en su nación marginada.

La Constitución del 91 es el gran esfuerzo político por apaciguar las interminables guerras de nuestra historia, creando los mecanismos de participación para conjurar las contradicciones estructurales de nuestra sociedad, a través de las instituciones legales sin acudir a las armas.

Por ese mecanismo plural pudo arribar al poder político el actual gobierno, y romper por primera vez la sincronía que mantuvo siempre con su poder económico, el statu quo que sigue tal cual como siempre fue, llamado en tiempos modernos «establecimiento».

Apenas en el pasado gobierno les segaron la vida o cegaron sus ojos a muchos que se manifestaron en derecho a los mecanismos de participación que brinda la constitución política que nos rige.

Pero al menos hoy permite que se proponga libremente un golpe de estado al gobierno elegido en democracia.

O que un hijo del establecimiento pueda proponer, como un sacrificio necesario, sacarle el corazón a muchas empresas, despidiendo sin ningún consuelo a miles de trabajadores, tal como los aztecas sacrificaban a sus mejores guerreros, para satisfacer el interés de los dioses que en ese entonces gobernaban.

Columnista invitado por el HOME NOTICIAS

Rodrigo Zalabata Vega

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