Casas fiscales en San Luis, Tolima.
¿Quién hizo el negocio del CENOP, el otro ‘elefante blanco’ que la Policía plantó en el Tolima?
25 diciembre, 2019
Cambios en la cúpula.
Los movimientos de última hora en la cúpula de la Policía, para cerrar el 2019
28 diciembre, 2019

¡ESTATUA! Columna de opinión de Rodrigo Zalabata Vega

Monumento en homenaje a uno de los más grandes exponentes del género musical vallenato: Diomedes Díaz Maestre.

¡ESTATUA!

 

Si alguien se queda quieto y no reacciona al ser erigido en estatua es capaz de ser cómplice de cualquier elogio. Si no sospecha que algo están tramando con él entonces lo tiene bien merecido. Ya sabemos que detrás de todo gran elogio hay un gran acecho.

 

 

OPINIÓN

Viernes, 27 de diciembre del 2019

 

Rodrigo Zalabata Vega.

 

Lo más sospechoso de las estatuas de los vivos es que siempre se hacen sonreídos, como vendedores ambulantes que venden su imagen y producto al agradar a quien los mira, o admira.

 

En cambio, las estatuas de los muertos tienen un gesto serio y un aura amarga, como si confirmaran la sospecha de por qué los querían muertos cuando estaban vivos. Por eso se muestran prevenidos cuando alguien se presenta ante ellos, si casi nadie lo hace, y quien se acerca es con la curiosidad con que se mira un animal en el zoológico, con la confianza de que no podrá dar el zarpazo.

Es curiosa la vida de una estatua, quienes lo conocieron nunca lo visitan, como si quisieran olvidarlo como estuvo vivo. Y solo llegan turistas desconocidos que viajan a ver sin mirar, con los que se toma fotos para referenciar el lugar, y alguna vez lo recuerdan sus amigos: «mira, esto fue cuando estuvimos en tal parte».

Si solos reciben los mensajes que traen las palomas mensajeras, que al no poderlos leer se los dejan en la cabeza, para que recuerden en el más allá cuánto los querían.

Ese paso metafísico de persona común a personaje de la historia da mucho que pensar. Dudo que se atrevieran a hacerle esa propuesta a Sócrates, si para ser estatua no se puede pensar ni dudar, y lo primero que haría sería dudar de ella. A su interlocutor, con mayéutica, lo llevaría a parir la verdad; le preguntaría: ¿si me tienes a mí por qué quieres una cosa de mí? ¿Qué te anima a tenerme inanimado?

 

Tampoco puedo entender lo que pensaría Karl Marx en su dialéctica materialista de la historia al sentirse cosificado, sujeto del idealismo de su memoria trascendente, cuya materia se crea que no se destruye ni se transforma ya hecho estatua.

 

Imposible imaginar la pesadumbre de Jesucristo, si después de nacer y morir por nosotros con la humildad de quien tiene la riqueza del espíritu, ya resucitado y ascendido al cielo se le retenga crucificado en la tierra, en su estatua omnipresente, para que haga todo tipo de milagros, y con ellos hacer de la Iglesia en su nombre la empresa espiritual más rica del mundo

 

Por lo anterior, el hecho que el alcalde de Valledupar, cristiano devoto, haya sembrado la ciudad de estatuas puede resultar una gran empresa turística, que venda como naranja el oro de su cultura, si cada estatua ambulante en el tiempo venderá la historia del vallenato con la sonrisa amable de los vallenatos.

 

La idea es tan novedosa como la vieja historia de ‘El rey Midas’; quien llegue a Valledupar con el deseo de tocar a su artista favorito, lo convierte en el acto en oro para la ciudad.

Pero la práctica puede tener los mismos efectos devastadores que sufrió el rey Midas, en la ciudad de los Santos Reyes que cultiva reyes vallenatos.

Nuestra historia es como sigue:

Valledupar es un milagro tangible de la poesía, hecho por su propia historia. El vallenato se hizo de la leyenda de sus narraciones, trasmitidas de boca en boca, de generación en generación, que iban haciendo crecer su personalidad cultural, grabando cada hecho y emoción vivida en la letra de sus canciones.

Eso hace que seamos estirpes de la oralidad, vivimos al mundo del cuento que echaron nuestros ancestros. Como si hubiéramos sido criados en una casa en el aire, nuestra forma de vida ha sido alimentada por la memoria.

Si hacemos del vallenato estatuas corremos el riesgo de convertir nuestra cultura en algo visual. Una estatua es la trampa del olvido, como está ahí después nadie lo recuerda. Por eso se visita una sola vez.

De tal suerte que cuando los turistas vengan alucinados a escuchar nuestras historias de cuerpo presente y de viva voz, al tocar a su artista preferido, bañado en oro como el rey Midas, ya no le dé la gana cantar.

Haga clic aquí para leer otra columna de nuestro columnista: El amigo secreto, plantearse la reelección indefinida como un derecho humano es arrogarse el derecho humano a ser endiosado.

 

Columnista invitado por EL HOME NOTICIAS

Rodrigo Zalabata Vega, abogado y  escritor colombiano.

E–mail:  rodrigozalabata@gmail.com

 

Síguenos en Twitter en @elhomenoticias

EL HOME
EL HOME
Editor general El Home Noticias.

1 Comment

  1. Fernando Gonzalez dice:

    La pluralidad cultural q maneja este escritor y la pluma magica que derrama sobre hojas completamente en blanco, muestran su gran capacidad cognoscitiva. Felicito a la tierra vallenata q vió parir a este eminente hombre de sueños, leyendas y realidades. Profesionales como el, Brillan con luz propia en el oscuro mundo colombiano del periodismo, sumiso del poder y de la mentira.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Descargar Full