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Lavado de activo moral, columna de opinión de Rodrigo Zalabata Vega

SAE

Predio al que la Dirección Especializada de Extinción del Derecho de Dominio incautó por actividades relacionadas con el narcotráfico. Está en poder de la Sociedad de Activos Especiales (SAE).

Lavado de activo moral

 OPINIÓN

Por: Rodrigo Zalabata Vega

Abogado y escritor colombiano

El último hallazgo de corrupción estatal descubierto en Colombia en manos de la Sociedad de Activos Especiales SAE, anunciado por el presidente Petro como el posible evento más grande en nuestra historia enciclopédica en esta materia, tiene implicaciones tan profundas y lesivas para la nación que resalta increíble que la suma involucrada en todo ello es lo menos grave del asunto.

Tal afirmación se escucha inaudita si solemos entender la corrupción en valores cuantitativos y no cualitativos. En tal caso no podría tenerse como un problema menor la pérdida de 16.000 bienes exorbitantes del narcotráfico, de un inventario oficial que no cuenta, calculado en el doble, cuya parte conservada fue festinada a precios de huevo de piñata en una rapiña de amigos del gobierno de turno.

Llama al escándalo que sea el presidente de la república, dignidad que representa la unidad de la nación colombiana, quien levante el telón institucional para mostrar estos múltiples ilícitos refundidos en los entretelones del poder de anteriores gobiernos, trasladados de la DNE extinguida por corrupta, y devele esta tragicomedia en actos sucesivos, en la que una entidad del Estado, de cuño de su primera autoridad política, roba los bienes confiscados a los narcotraficantes, ante una ciudadanía atónita que no alcanza a entender el eco de sus repercusiones.

Lo cual confiesa que el peor pecado cometido en nuestra casa republicana, consagrada en la pared al Sagrado Corazón de Jesús, ha recaído en creer que lo malo está en el valor del bien que se roba y no en el valor moral que se pierde. Una deuda que se puede reconocer y saldar en limosnas cada misa de domingo.

Pero ha sido tanta la suma de sumas entre tanta cuenta perdida que nos han hecho perder la cuenta, como resultado perdimos el asombro, no se sabe en manos de quién, que es la captura moral en la cámara de los sentidos.

Es lo único que explica en 200 años de vida institucional el gobierno de los mismos con las mismas. En sentido profundo no fue la pérdida de unos bienes valiosos lo que ocurrió, este pasaje nos muestra el giro sufrido por nuestra historia furiosa como un perro que se muerde la cola.

Desde la creación de la república la corrupción congénita se institucionalizó en un Estado de privilegios, cuya herencia de la Corona, atesorada en los despojos de la tierra al pueblo aborigen, se transfirió a una casta nobiliaria de hijos criollos que se independizaron por su misma discriminación de los padres de la Casa Real. Quienes mal que bien levantaron unas instituciones basadas en los ideales liberales de la revolución francesa; libertad, igualdad y fraternidad; bautizadas en los principios conservadores de la religiosa moral judeo cristiana.

Entonces Colombia reposaba, en medio de luchas intestinas, en una sociedad pacata tejida por el hilo conductor de sus valores artesanales, que asumía en su interior sus problemas para ser resueltos dentro de su Constitución. Era por ello sus costumbres el soporte moral de sus instituciones, que por su inestabilidad estructural nos aferraba más a la tabla de salvación de la ley.

Ese país tradicional se comportó así hasta los años 60 del siglo pasado, pero llegado a la década del 70, por influencia de un mal amigo, el narcotráfico nos abrió la puerta de la casa de luces de la modernidad y nos enseñó con ellas que teníamos que hacernos rico a cualquier precio.

En el alma nacional se sembró el negocio ilícito y todo cambió. Si bien el contrabando ya había dado sus primeros pasos era apenas un juego de niños traviesos que se atrevían a atravesar la frontera moral. El nuevo estilo superfluo del hombre moderno se volvió de primera necesidad. Todos los estamentos se propusieron comprar esa vida a todo costo. Colombia se hizo tierra fértil para el narcotráfico por ser una sociedad levantada sobre la desigualdad extrema, en sus pilares sociales, económicos y políticos, si para la gran mayoría de su democracia no cabe la posibilidad de tener una vida digna dentro de ella, por lo que el dinero fácil se hizo la moneda de cambio en la ventanilla oficial de un narcoestado.

Ha pasado el tiempo y el estado de cosas se perdió en su lugar, el inventario incompleto de la SAE da cuenta de ello. Si el principal problema en la moderna Colombia es la corrupción, un fenómeno que ocurre oculto en el marco de la ley, quiere decir que ha triunfado la ilegalidad al amparo de la legalidad.

Este episodio me recuerda el barrio de mi infancia, allí el policía que nos cuidaba, cada vez que era atrapado un ladrón extraño entre tanta gente buena de antaño llegaba presuroso a hacerse cargo de la captura; después se supo que se perdía camino a la Estación para compartir el botín que había conseguido el ladrón.

Adquirir bienes robados el Código Penal lo define como delito de Receptación. Antes el narcotráfico filtraba el sistema legal para lavar sus inmensas fortunas manchadas de sangre; hoy día el mismo delito cambió de manos, ahora son los políticos los que adquieren sus bienes ilegales por interposición de las instituciones del estado de derecho, si el gobierno anterior se atrevió a tanto, la madre que sí, ya que utilizó a los delincuentes que robaron y mataron a su favor.

El avance del narcotráfico ha sido tal que lo menos valioso en este último caso escandaloso de corrupción es el descomunal valor material de los bienes que se hayan perdido. Porque lo que ha ocurrido en manos de una clase política corrupta es la mayor operación de lavado de activo en la historia de Colombia, en la que al haberse valido del Estado para mal adquirir bienes de narcotraficantes se les lavó el valor del único bien inmaterial que no habían podido comprar: la moral de lujo.

Columnista invitado por el HOME NOTICIAS

Rodrigo Zalabata Vega

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