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Un gol inválido: Columna de opinión del escritor y abogado Rodrigo Zalabata Vega

Selección Colombia y las protestas.

La Selección Colombia es un símbolo de unión nacional, más allá de cualquier diferencia en el espectro político.

Un gol inválido 

OPINIÓN

Domingo, 27  de junio  del 2021

Rodrigo Zalabata Vega.Estoy de acuerdo con lo que piensa Matador de la selección Colombia, pero estoy en desacuerdo con lo que dice. Una cosa es pensar que la selección, que en realidad son todos y cada uno de los que la integran, deba ser consecuente con el pueblo que los apoya y al que representan, y otra muy distinta exigirles que pongan ‘titulares’ como uno los pondría. Porque sería tanto como apropiarse de su silencio, al cual deberían tener derecho, para que lo que digan no sea utilizado en su contra y con ello puedan ser condenados en juicio popular, si en el lugar de los hechos nunca estuvieron: fuera de la cancha.

Siempre se ha dicho, uno es rey en silencio y esclavo de sus palabras. Aun así, es tal el grado de crispación (polarización) política en que vivimos que en cualquier sentido le encuentran significados, siempre negativos, a lo que no han dicho. Quienes apoyamos el Paro sentimos que los prósperos jugadores de la selección, venidos del mismo barro de la gente que protesta, deberían tener una palabra conforme los justos reclamos, o de breve protesta ante los excesos de fuerza estatal que ha generado tanta barbarie y sangre de su mismo pueblo, hechos que deberían quedar en investigación de los organismos oficiales, pero también están bajo sospecha. Por su parte, los adversos al Paro, incluso minoría, interpretan de ese silencio una connivencia con un factor de desestabilización a la unión institucional que una selección nacional debe afianzar a nombre de todo el país.

Mi opinión es un tanto purista e incluyente al tiempo, debemos conservar toda selección Colombia como un símbolo de unión nacional más allá de cualquier diferencia en el espectro político, sin negar el derecho a cualquier jugador de su libre opinión, esté o no de acuerdo con lo que cada quien pudiera pensar, pero será a título personal sin afectar su posición dentro de la selección.

Si es válido el símil, una selección Colombia es al sentimiento de un país lo que un ejército debe ser a la defensa del Estado, en ambos casos sin un carácter deliberativo, solo dispuestos a la defensa de la nación frente a un eventual “enemigo” externo, que en el plano deportivo es el equipo rival disputándose en la confraternidad mundial del deporte. Ellos son, un ejército de guerra y otro de paz.

Si les exigimos tomar partido los sacamos de donde deben jugar, entonces sucede esto en Colombia: el gobierno ha sacado de la línea de frontera al ejército nacional y lo ha metido al campo de un conflicto social en el que por orden constitucional tendría que ser imparcial, para lo cual ha creado un “enemigo interno” que ha traspasado el arco de la frontera que el mismo ejército tendría que cuidar.

Igual sucede con la selección, cuando se le saca del campo de fútbol y se le hace entrar al juego de la opinión, a sudar la camiseta por todo el territorio nacional, queda a merced de los disparos cruzados de las barras bravas enardecidas en las tribunas de los tribunos políticos, entonces sucede esto en Colombia: en vez de darnos un momento de paz el fútbol, el alimento emocional que nos da la energía para trabajar a diario, el balón se contamina con la levadura de las bajas pasiones por tantas frustraciones, un autogol puede causarle la muerte a un jugador, o una derrota desatar una masacre entre fanáticos.

Se ha dicho con razón que el fútbol es la religión laica de la vida moderna, y si se quiere pensar así ha servido de fe motivante de tantas muertes como las que ha causado la religión, incluida la del mismo Dios, pero nadie se arriesgaría al pecado de atribuirle esas muertes a Dios, como sí al oficio de la religión; por la misma razón no puede admitirse esa responsabilidad del fútbol, si se mantiene en los límites espirituales de adoración en el templo en que juegan sus dioses humanos.

Otra cosa es la instrumentalización que el poder terrenal hace de Dios o de la fe irracional en que creemos los fanáticos del fútbol, que nos puede llevar a matar si un árbitro nos deja un gol inválido.

En el mundial de 1978 en Argentina, los gritos multitudinarios de cada gol pudieron haber ahogado ante el mundo los gritos desesperados de todos los torturados, desaparecidos y muertos por la dictadura del general Videla y su equipo de criminales, pero no fue culpa del fútbol, que en medio de todo le brindó el mayor motivo de unión y orgullo a la nación argentina, si después de decantados los hechos pudo hacer pasar en la cárcel sus últimos años a su cerdo matarife.

Pero sí puede reconocérsele al fútbol que en África hayan suspendido una guerra, para sentarse juntos los bandos confrontados ha disfrutar de un partido de fútbol por el que los visitaba el rey Pelé, y podría aventurarme a pensar que el abrazo por un gol (así se diera con la mano), en medio de una guerra futbolística por ser el más vivo, los llevó a entender lo triste de haber partido por la muerte.

El mismo milagro hecho por voluntad humana, motivo de una bella película, en el epicentro de la Segunda Guerra Mundial los soldados enfrentados, aconsejados por puro espíritu religioso sin intervención de la religión, decidieron un paro a los sangrientos combates para disfrutar una noche de paz, noche de amor.

Esa lección nos lleva a entender, después de la guerra bicentenaria en que hemos vivido en Colombia, que en medio del Paro pueda hacerse un paro a ver un partido de fútbol. Lo malo es que se les exija a los jugadores de la selección apoyar el Paro, y ellos paren sin haber finalizado el partido contra Brasil, a la espera que el árbitro evite la jugada de gol que consideraron inválida; que equivaldría a que los héroes de la primera línea de defensa del Paro, después de haber resistido masacres, torturas, violaciones, desmembramientos y desapariciones, paren el Paro a esperar que las fuerzas del orden del Estado les reconozcan el derecho sagrado a la vida que ellas mismas le han quitado.

 

Columnista invitado por el HOME NOTICIAS

Rodrigo Zalabata Vega

E–mail: rodrigozalabata@gmail.com

 

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